Introducción del libro Mundos de vida entre los jóvenes de Medellín: identidad, espacio y medios masivos

Dario Blanco Arboleda:
Antropólogo. Especialista en Cultura. Magíster en Ciencias Antropológicas. Doctor en Ciencia Social con especialidad en Sociología. Profesor-investigador del Departamento de Antropología de la Universidad de Antioquia. Miembro del Grupo de Investigación y Gestión sobre el Patrimonio (GIGP) de la misma universidad, Universidad de Antioquia UdeA, Calle 70 No. 52-21, Medellín, Colombia.
Correo: dario.blanco@udea.edu.co

Introducción

El objetivo de este libro es delimitar y comprender los diferentes elementos que son utilizados por los jóvenes de Medellín para la construcción de sus identidades y, de manera paralela, establecer sus percepciones y el espacio físico-simbólico donde se ubican a ellos mismos y a los demás –las alteridades–. Buscamos comprender las múltiples y fragmentadas identidades y sus comunicaciones inmanentes. Los mundos de vida, la construcción narrativa y categorial, las autopercepciones y heteropercepciones de algunos jóvenes que conviven en Medellín actualmente. Nos acercamos a algunos de los mundos de vida juveniles que coexisten en una ciudad de vanguardia, posmoderna, multiétnica, con grandes desigualdades e inequidad como lo es Medellín1 . Buscamos una ciudad con mayor conocimiento sobre los jóvenes y las interacciones que se dan entre ellos y con el mundo adulto con el fin de entender el nuevo derrotero de nuestra sociedad

Con este propósito realizamos una investigación2 sobre diferentes mundos de vida juveniles, los discursos, los imaginarios, los espacios de trabajo, encuentro y socialización, la vida nocturna, la representación que se hace de ellos en los medios masivos, la evolución a través de las décadas de las culturas juveniles, la relación progresiva con un oficio de moda en la ciudad, la relación con los alucinógenos, la comunicación no verbal, la corporalidad: el vestido, el baile, la quinésica y la proxémica como elementos fundamentales en la constitución identitaria.

Buscamos establecer y entender qué elementos nutren estas identidades. ¿Qué presupuestos conllevan las mismas? ¿Qué expectativas poseen –los sujetos y grupos– sobre ellos mismos y sobre los demás? ¿Cómo se piensan a ellos y a las alteridades? ¿Cómo viven, sienten y reflexionan sobre el espacio físico y simbólico que habitan en Medellín? ¿Qué necesidades identifican, qué problemas poseen, qué grupos están en fricción con qué otros y por qué motivos? ¿Cómo ven su futuro? ¿Qué posibilidades y dificultades encuentran de inserción social y laboral? En resumen, entender cuáles son los elementos esenciales de su mundo de vida y cómo perciben el de los otros jóvenes y a su alter ego: el mundo adulto.

Medellín es una ciudad ideal para analizar las tensiones a las que están sometidos sus habitantes, principalmente los jóvenes, frente a sus mundos de vida y sus identidades. Es paradigma de posmodernidad para el país. Se presenta como una ciudad de negocios internacionales, la más innovadora, la mejor esquina de América, la ciudad con mayor atractivo turístico junto a Cartagena. Es una ciudad posindustrial y posee inmigración de todas las regiones estableciendo un ambiente multicultural. Empero, es escenario de una muy marcada desigualdad social. Adicionalmente, fue tomada por las redes del narcotráfico, permeando la sociedad y la cultura, que transformaron las percepciones de normalidad, de moral, de ética, de estética y la sensación de seguridad de la población.

A la ciudad las políticas públicas sobre urbanismo, que siguen el modelo Barcelona, la han posicionado como altamente atractiva para turistas extranjeros y nacionales, generando franjas visitables por el ‘primer mundo’ relacionadas con las zonas de élite, el metro y sus corredores asociados, así como los diferentes parques, bibliotecas y equipamientos. Por fuera de estas franjas queda la mayoría de la ciudad que no logró aparecer en el encuadre de ciudad internacional e innovadora. Es la ciudad de los pobres, de los desplazados, de los informales que tiene escenario en zonas del centro y en las periferias. El cuadro general nos habla de una urbe y una sociedad esquizofrénicas. Es una de las ciudades más desiguales en un país que está en los primeros lugares de las clasificaciones de inequidad urbana en Latinoamérica, donde vive la mayor cantidad de ricos, en proporción, de Colombia3. Esta situación lleva a que sea vivida desde la segregación. Es una ciudad contrapuesta donde no se miran mucho las alteridades. La indiferencia y extrañeza de los unos, el malestar y el resentimiento de los otros, son sentimientos que se deben atender.

En una Medellín con tal nivel de incongruencias, paradojas y fracturas sociales los jóvenes son unas de las principales víctimas, pero también pueden ser parte importante de las soluciones. Ellos reaccionan desde diversos lugares, tienen capacidad de organizarse en colectivos, se apropian de los espacios públicos, son críticos frente a las medidas de política pública que los afectan negativamente y trasgreden ciertas maneras sociales que consideran opresivas, discriminatorias, injustas o anquilosadas. De ahí las acciones contestatarias, los movimientos juveniles, la construcción de contenidos críticos, el consumo, la corporalidad, el despilfarro de energía, la presencia hoy y ahora sin pasado ni futuro; coexistiendo con las tensiones asociadas al trabajo y a la subsistencia, al estudio, a los roles familiares e institucionales, a las expectativas sociales.

Entender estos espacios juveniles, estas identidades, captar cómo se relacionan entre ellos y con el resto de la sociedad es realizar un mapeo y una prospectiva social. Es darse cuenta de qué se está nutriendo una nueva generación de antioqueños urbanos y de colombianos. Saber cómo se piensan y cómo piensan a los demás es entender a quienes pronto harán el relevo social y marcarán nuevas sendas.

En la delimitación de los jóvenes, el grupo de investigadores usó, operativamente, las edades comprendidas entre los 15 y los 29 años siguiendo a Dávila León4, quien menciona, en su revisión sobre los estudios de juventud, que esta franja ha sido tradicionalmente la más usada para las investigaciones. Esta es una decisión puramente metodológica y no negamos su relatividad; somos conscientes de que estas divisiones se realizan con fines puramente instrumentales, como es el caso de este libro.

Buscando aclarar el derrotero de esta introducción, en primera medida establezco la pertinencia del libro y presento las temáticas abordadas en el mismo. De manera posterior, discuto el concepto de juventud y abordo las ideas de algunos estudiosos del tema debido a que estas teorías son la base de la compresión, a lo largo de los diferentes capítulos, de un concepto tan inasible como lo juvenil.

Por qué estudiar los mundos de vida de los jóvenes de Medellín

La fragmentación de las identidades debido a la posmodernidad y a los avances tecnológicos y mediáticos que, como Internet, se convierten en accesibles a las grandes masas, hacen que las personas tengan múltiples y diversos elementos para construirse, para pensarse desde todo un ‘supermercado’ cultural-identitario que está a la distancia de un dedo presionando el teléfono inteligente, a un clic del computador o a un botón del control del televisor. Atrás quedaron los espacios culturalmente homogéneos. Hoy un joven puede tomar elementos de todo el mundo en el lenguaje, la música, la religión, la literatura, la política, el cine, la comida, etc., creándose un individuo complejo que debe convivir con otros individuos igual de fragmentados y múltiples que establecen grupos de pares y marcan fronteras para diferenciarse de los demás. Adicional a esto, sabemos bien que la idea de juventud es un artificio que une teóricamente lo que está fragmentado en el mundo de fenómenos. No existe un tipo ideal de juventud, lo que tenemos es una inmensa diversidad de sujetos atravesados por tensiones como la clase social, la etnicidad, el género, el origen y la formación familiar, la historia de vida, la zona donde vive, su educación, los grupos de pares, pero que son agrupados con diversas intenciones, todas reduccionistas, bajo la categoría etaria o sociológica de joven.

El aporte de este libro se encuentra en el entendimiento de los jóvenes y sus grupos desde sus propios términos, acercándonos a sus mundos de vida y a sus ejercicios comunicativos. ¿Cómo construyen, actúan y narran sus identidades? ¿Qué propuestas culturales son fundamentales dentro de sus mundos de vida? Buscamos un acercamiento a los escenarios de los diferentes jóvenes que cohabitan la ciudad, que comparten día y noche los espacios físicos y simbólicos, en muchos casos, sin un conocimiento profundo del otro, sino guiados por una serie de estereotipos, prejuicios y estigmas. De igual manera, revisamos la mirada y representación que se tiene de ellos desde afuera, desde el mundo adulto. Siguiendo el anterior orden de ideas nos cuestionamos ¿cómo los ven los medios masivos de comunicación?, ¿cuál puede ser su aporte en la solución de las problemáticas de violencia de la ciudad y del país?, ¿qué nuevos oficios están aprendiendo y desarrollando?, ¿cómo se apropian del espacio para su subsistencia?, ¿qué ocurre cuando los espacios les son arrebatados?, ¿cuáles son los espacios de distinción de clase social?, ¿qué músicas escuchan, bailan, viven?, ¿qué respuestas políticas desarrollan frente a la discriminación y el estigma?

Si hay una característica que funda a los jóvenes es, probablemente, su movimiento, su condición de estar en formación, su apertura mental, su ductilidad. Sabemos que todo sistema implica evolución, es decir, adaptación y cambio, y la juventud encarna así, en nuestras ciudades y sociedad, la fuerza vital con la que estas se reconstruyen.

La vorágine de violencia que vivió Medellín desde la década de 1990 ha marcado, como no pudo ser de otra manera, una parte importante de las miradas académicas, pero, muy especialmente, las que se han ocupado de pensar la juventud. Así, la construcción de la categoría joven se constituyó en el vertedero de numerosas etiquetas que intentaron explicar la contingencia de aquellos problemáticos habitantes. Basta hacer una revisión panorámica a la bibliografía sobre ellos construida5 para darse cuenta de que la sexualidad ‘irresponsable’, los embarazos no deseados, los abortos, las enfermedades de transmisión sexual, el consumo de drogas licitas e ilícitas, los desórdenes alimenticios y las conductas violentas e ilegales reúnen, de lejos, el grueso de lo que se ha dicho sobre los jóvenes en Medellín. Esto no difiere mucho de los estudios nacionales sobre juventud desde las ciencias sociales. Tras una revisión de 2407 trabajos sobre el tema realizados entre 1985 y 2003, el Departamento de Investigaciones de la Universidad Central6 encuentra que el 27,5 % de ellos son sobre vulnerabilidad y riesgo; el 10 %, sobre peligro social; el 17,7 %, sobre cambio social; el 24,7 %, sobre búsqueda de la identidad; el 14,2 %, sobre cultura juvenil, y el 5,9 %, sobre otros temas.

Hasta cierto punto esta tendencia en los estudios académicos en Medellín es comprensible. El énfasis investigativo de la década de los noventa da cuenta de miles de jóvenes atravesados por la violencia y reducidos por las drogas y el maltrato. Esto da sustento a que las investigaciones invirtieran sus esfuerzos en dar luz sobre estas temáticas; sin embargo, la hegemonía de dichas perspectivas evidencia varios elementos que darán sentido al libro que acá presentamos.

Por un lado, percibimos, en gran parte de la literatura juvenil, un corte punitivo, correctivo y, sobre todo, descriptivo. Entonces, los jóvenes se encuadran como patológicos y/o infractores. Desde tal perspectiva es mandatorio el construir políticas de salud pública que corrijan dichos actos inadecuadospeligrosos. A partir de esta óptica la sexualidad juvenil no se percibe como una construcción y exploración del cuerpo y las emociones, sino como una problemática social y es rápidamente devorada como una estadística; es una infractora a las normas sociales, un asunto para atender y corregir.

Ocurre algo parecido con un sinnúmero de actos juveniles: el consumo de drogas y alcohol, los episodios agresivos y la forma de vivir el cuerpo no son signos que interroguen y cuestionen al conjunto de la sociedad, sino que son problemas de orden o salud pública que amenazan la ‘armonía social’, el statu quo. Ciertamente, algunos actos ponen en riesgo, no tanto lo social, sino a los mismos jóvenes, pero es ahí donde radica la fuerza subversiva de dichos eventos. Si la interacción producida por los jóvenes logra alterar parte de la realidad urbana imponiendo novedosos consensos, debemos intentar pensarlos desde posturas que escapen a los ya conocidos encuadramientos de delincuencia, desencanto, anomia, apatía, patología, anomalía o de carencias innatas como en el caso de la ‘adolescencia’.

Pesa sobre los estudios juveniles el desestimo social sobre sus mundos de vida, se les otorga una muy limitada importancia. Aún se mantiene la vieja asociación de la juventud ‘con un mal pasajero’, ‘una enfermedad que se cura con los años’, ‘una adolescencia de adultez’.

No se puede olvidar que lo anómico de hoy será lo canónico del mañana. Los jóvenes reaccionan ante la inestabilidad estructural de sus sociedades que no están en capacidad de incorporarlos, que les transmiten mensajes paradójicos e incongruentes. Les piden alargar la educación y la especialización para darse cuenta de que al final de ese largo y costoso camino no necesariamente hay un trabajo ‘estable’ o ‘bien remunerado’. Les piden ser ciudadanos plenos mientras les imposibilitan las vías de acceso a este tipo de ciudadanía. Les piden pasividad, orden, control y obediencia cuando en las calles y en los barrios los valores son los contrarios.

Debemos poner la mira en otras realidades, en nuestro caso, las juveniles buscando entenderlas en su contingencia. Se trata, entonces, de pensarlos desde las coyunturas que habitan. Muchas veces ellos se encuentran al margen, necesitan estarlo. El mundo establecido, definido, el mundo adulto es un lugar anquilosado para la vitalidad-ductilidad que los caracteriza. Por ahí la movilidad constante y los espectáculos de los jóvenes en los semáforos y esquinas apropiándose del espacio público; los excesos, los lascivos movimientos y las subversiones en los sitios nocturnos ignorando la buenas maneras y el recato; el estruendo y vulgaridad de sus músicas; la alta caracterización y los manierismos asociadas a ellas; las latas de pinturas en los morrales que ‘profanarán’ con crípticos mensajes el espacio público; la organización en el movimiento cannábico poniendo en peligro la moral y el orden de las calles con sus marchas y humos llenos de desvergüenza; las contemporáneas y progresivas tendencias de alimentación y el surgimiento de una nueva relación con la cocina; las trasgresiones de las normativas sexuales y de género; las vanguardias artísticas y estéticas; las nuevas matrices perceptivas-sensibles; las territorialidades tan determinantes y tan móviles; la tensión gregaria; el distanciamiento impío de la religión y la reformulación de las creencias en nuevas espiritualidades, agnosticismo y ateísmo; los movimientos juveniles y sus propuestas-construcción de lo político tan a contrapié de lo tradicional que los tildan de apolíticos.

Las conductas que más fácilmente podrían calificarse como patológicas, aberrantes, nocivas y destructivas pueden también leerse como mensajes cifrados para el mundo adulto. Es decir, esos actos nos están hablando de manera contundente de una forma de estar en el mundo que emerge muchas veces en contravía, o de manera adyacente, del mundo establecido: el de los adultos. Una de las características del proceso de convertirse en adulto es, finalmente, aceptar las reglas impuestas por la sociedad, la economía, las instituciones. La juventud, en parte, se niega a ello, de ahí que caracterice parcialmente a lo juvenil su ímpetu, su rebeldía e irreverencia. Se trata de intentar dislocarse de las lógicas de aquello ya establecido, planeado, petrificado. Se busca, entonces, pertenecer a un grupo en el que el acto de reconocer y ser reconocido es fundamental; en donde los códigos cifrados puedan ser leídos y respetados por otros. Se trata, al fin, de construir un mundo en yuxtaposición, pero en convivencia con el mundo adulto, es decir, de encontrar un lugar propio y reconocido en él. Por supuesto, esto tiene mucho de conflictivo, de anómico, de peligroso, generando malestar, resquemor y miedo a la sociedad mayor.

Este desencuentro temporal entre el mundo juvenil y el adulto produce incomprensión y, muchas veces, rechazo-estigma. Los trabajos académicos son reflejo de esta situación y se ocupan, prioritariamente, de su peligrosidad y desarticulación; nos interesa dar luz a la otra cara de la moneda, la cual se ha estudiado significativamente menos. Lo que intentamos en este libro es reconocer la vitalidad y la capacidad de los jóvenes para interrogar y adaptarse al mundo en el que viven. Pero no solo desde actos tradicionales como la cultura, la educación formal, la familia patriarcal o la política clásica, sino también desde los actos cotidianos de su vivencia juvenil que pasan desapercibidos o que, en el mejor de los casos, son etiquetados como irracionales, lúdicos, fatuos, corporales, propios de juventud.

Derrotero de lectura

Iniciamos el libro con una aproximación panorámica de la juventud por intermedio de una encuesta que nos permite acercarnos a ciertas generalidades y tendencias, así mismo, entender sus preocupaciones y esperanzas. En este capítulo, Ana Cristina Soto y Darío Blanco Arboleda cuestionamos la relación de los jóvenes con el trabajo y el estudio, indagamos sobre las actividades económicas, la relación con el cuerpo, el autocuidado y la sexualidad; la composición de sus hogares, la toma de decisiones al interior de los mismos, la relación con los padres y en qué temas son consultados y en qué otros son ignorados; a quién acuden en caso de necesidad; en qué gastan su dinero y su tiempo libre; cómo es su relación con los dispositivos electrónicos; cuáles son los consumos culturales e intereses personales; cuáles son los hábitos de lectura y cómo ha cambiado esta práctica; qué percepción tienen de Medellín y de Colombia; qué esperanzas abrigan sobre su futuro; qué percepción tienen sobre el ser adulto y el ser joven. Este amplio recorrido nos permite iniciar los estudios de caso con una visión general, bien estructurada, de los jóvenes de Medellín y de sus mundos de vida.

En el primer bloque temático, sobre los jóvenes y sus espacialidades, encontramos trabajos contrastantes sobre tres condiciones juveniles y sus territorios. En las antípodas están los trabajos de Rubiela Arboleda y Laura Hernández sobre los jóvenes en el Centro, y el de Darío Blanco Arboleda sobre los jóvenes de clase alta. En el primero se problematizan los jóvenes que están en los márgenes sociales, quienes viven en precariedad económica, algunos separados de sus familias. Ante esta situación de dificultad para la subsistencia encuentran en el centro de la ciudad la posibilidad de empleo o de generar actividades lucrativas. Será este lugar el que les permita la apropiación del espacio público para convertirlo en su territorio, donde generarán lazos de camaradería y amistad con pares, y crearán ciertas redes que les facilitarán habitar un espacio tan agreste, duro y competido. Dentro del análisis de las autoras será el cuerpo un posicionamiento metodológico, teórico y su materia de abordaje. Será este el que les permita a los jóvenes interactuar, posicionarse, apropiar y subsistir, pero a un alto precio de desgaste, de agotamiento, de envejecimiento físico dada la dificultad de la usurpación y la competencia feroz por el espacio público al aire libre, por lo reducidos de los espacios laborales y por las muy largas jornadas de trabajo. El Centro es la espacialidad de la equidad, el que habitan todos en su diversidad. Por esta condición, al mismo tiempo, es el hogar de los que no tienen otro lugar a dónde ir, por lo que históricamente ha estado cargado de estigmas, de distancia emocional y de miedo.

En la antítesis se encuentran los jóvenes de clase alta que están estrecha y estrictamente circunscritos a ciertas zonas del sur de la ciudad de donde no desean salir por comodidad y porque ubican los demás territorios, y con particular énfasis al Centro, en los términos descritos al cierre del párrafo anterior. Para un gran número de ellos, el Centro y las demás zonas son sinónimos de peligro, de anomia y, en algunos casos, de degradación. Sus territorios están determinados por la exclusividad que trae inherente una exclusión de todo aquel que sea alteridad. Es el espacio de la inequidad, caso contrario del Centro donde todos acceden y se manifiesta la diversidad. Acá la lógica es la de la homogeneidad –de los ricos y exitosos– y del alto poder adquisitivo que la posibilita. Si el Centro representa el espacio público de la ciudad por antonomasia, los territorios de los jóvenes de clase alta materializan lo privado y la segregación.

Por su parte, Diana Elisa Arango nos presenta un análisis sobre la transformación de uno de los pocos espacios de interacción interclases de la ciudad y cómo una legislación, y su aplicación discriminada, transforma la vivencia del mismo, rompiendo el encuentro y la cohesión social, degradándolo de territorio de encuentro juvenil a un simple lugar de paso. Resalta cómo la administración de la ciudad, lejos de cumplir con sus discursos mediáticos de combate a la segregación espacial, con estas acciones pareciera ahondar la problemática. La autora nos muestra cómo los jóvenes no aceptan calladamente esta imposición, sino que se organizan y resisten en la medida de sus posibilidades. Empero, las interacciones y la diversidad social y cultural del espacio se fragmentaron. En parte, el encuentro de los jóvenes se desplazó hacia otras zonas cercanas, pero disminuyó el volumen y la diversidad. La multiplicidad y la riqueza de las interacciones se ven tensionadas ahora hacia prácticas más estigmatizadas y de menor complejidad que encuentran manifestación en la penumbra. Queda acá la pregunta por el sentido de la aplicación de la legislación, de manera discriminada, sobre este espacio y si en la posible búsqueda del ordenamiento social y estético de ciertas zonas de la ciudad no se está avivando una problemática mucho más grave como lo es la segregación y el desconocimiento de las alteridades.

En el siguiente bloque temático sobre los jóvenes, los medios masivos y las culturas juveniles se analizan, en primera instancia, la representación diferencial de ellos en el cine y la televisión y cómo aparecen asociados dos modelos contrapuestos de juventud y de ciudad. Posteriormente, vemos la transformación, a través de las décadas, de la relación entre las músicas juveniles y los universos de socialización aparejados a ellas. Cerramos con un análisis sobre las múltiples posibilidades de subversión que ofrecen dos géneros musicales tradicionalmente asociados al mundo adulto, pero arrebatados hoy por los jóvenes para construir fortines de hedonismo por intermedio del baile.

En su capítulo, Simón Puerta Domínguez realiza un esfuerzo por evidenciar dos tipos ideales de juventud, la modélica y la anómica, que serán presentados a la ciudad y al país en dos formatos y medios diferentes. Corresponderá a la televisión, en su estructura de alta dependencia de las audiencias masivas en un mismo punto en el tiempo y de la publicidad, presentar una juventud en moratoria social que vive de manera alegre y dionisiaca esta etapa de la vida, pero que, de manera paralela, se está preparando para el futuro; serán los que tomen el testigo en la carrera de la perpetuación de lo social. Se crea así una programación que presenta una visión ideal, armónica y apaciguante de la juventud y de la ciudad. En la contracara aparecerá el cine, que en su formato independiente permitirá el encuadre a una ciudad y juventud que no son las de los comerciales de promoción turística. Asomarán, de esta manera, los jóvenes sin presente ni futuro social. El escenario será el de la violencia, el desarraigo, la contradicción y la rabia; las tomas no serán en la Milla de Oro, sino en las ocultas periferias. Estos medios masivos, en formatos de fábula y tragedia, presentarán al país dos modelos contrapuestos de urbe y de juventud.

Posteriormente, Rodolfo Vera Orozco parte del cuestionamiento sobre la transformación de las culturas juveniles asociadas a la música. Reflexiona sobre por qué en las dos décadas que cierran el siglo xx existían en la ciudad vivencias de lo musical altamente caracterizadas y universos sociales inherentes a ellas. Hoy estas especies sociales de lo musical parecen en vía de extinción. Muchos de los personajes de las culturas juveniles ya no son jóvenes. Los movimientos más reconocidos se mantienen en pie, en mayor medida, por la agencia de las viejas guardias. No obstante, mientras envejecen sin pausa, no ven la llegada de relevo, de las nuevas generaciones, por lo que el cuestionamiento de la posible muerte de los movimientos a los que han dedicado su vida acecha su sosiego.

Nos muestra cómo algunos géneros musicales se mantienen relativamente fuertes, sin embargo, los años dorados de unas juventudes asaltando la ciudad en su complejidad, en parches y galladas, parecen no tener boleto de regreso. Los sospechosos habituales sobre los cambios sociales aparecerán en escena; las industrias culturales y el consumismo que comercializan la diferencia rebelde, la disidencia y el acto diacrítico convirtiéndolos en mercancía para performances inocuos, edulcorados. Adicional a esto, en Internet la música de todas las latitudes y épocas, accesible en formatos personales, inconmensurable y omnipresente, hace que las identidades juveniles se complejicen, se articulen con sonoridades exponencialmente más diversas, dando como resultado jóvenes menos homogéneos en sus identidades, en los gustos y en las vivencias musicales.

Cerrando este bloque, Marilly Zapata Rendón nos presenta una reflexión en torno a géneros musicales como la salsa y el tango y cómo han sido arrebatados de las manos de los viejos por parte de los jóvenes. Estas sonoridades, asociadas históricamente con el universo adulto de Medellín, les permiten a las nuevas generaciones, en su disfrute vía baile, establecer escenarios de cuestionamiento de los roles de género y, a su vez, a la investigadora establecer paralelos y diferencias en las apropiaciones de las sonoridades, así como aproximarse a temáticas políticas de gran interés para la opinión pública contemporánea.

En el último bloque temático del libro abordamos los nuevos escenarios juveniles en la ciudad, dando cuenta del movimiento cannábico, del aporte de los jóvenes al posconflicto y del crecimiento del oficio de la cocina.

Adrián Restrepo Parra aborda uno de los elementos más evidentes dentro de las prácticas juveniles de la ciudad: el consumo de marihuana. Si bien esta es una práctica generalizada y es más que común verla y olerla, ha estado determinada por el imaginario de la ilegalidad, de la destrucción del sujeto y de la desintegración de la familia. Esto ha llevado a que se genere un sentimiento de rechazo sobre los jóvenes consumidores, algo que afecta su desarrollo emocional porque crecen bajo el estigma de ver reducida su identidad a la categoría de marihuaneros. Como secuela de este estigma social viven con miedo de perder el amor de sus madres y, en consecuencia, de ser expulsados de sus casas y familias, situación que les complica en extremo la subsistencia y que lejos de resolver un ‘problema’, trae aparejados muchos otros.

En la vivencia de la discriminación y el rechazo algunos jóvenes se organizan e inician la movilización, generando acciones políticas que les permitan resistir las imposiciones sociales, creando una identidad desde otros valores y conceptos que les posibilitan interacciones más dignas. En el trasegar político los jóvenes han entendido que el apoyo emocional entre ellos es fundamental, en consecuencia, han creado lazos que llevan a su movimiento más allá de la acción política y de la resistencia, esto les ha permitido generar una comunidad afectiva y de sentido.

En el siguiente capítulo del bloque, Ells Natalia Galeano nos presenta la situación generalizada de violencia que viven Colombia y Medellín y cómo son los jóvenes los principales actores y víctimas. La autora se cuestiona, desde la coyuntura política actual de desmovilización de actores armados y de establecimiento estatal de un discurso sobre el posconflicto como el derrotero del accionar público, si debemos pasar la página de la violencia y establecer nuevos referentes de acción, ¿qué papel deben jugar los principales afectados por la misma? Realiza así un análisis de algunas de las maneras como los jóvenes resuelven sus conflictos sin recurrir a la violencia y nos muestra cómo es posible trabajar en la constitución de nuevos marcos de interacción desde la confianza y el respeto, y no desde la negación del otro y de la violencia.

Cerrando la temática y el libro, Luis Ramírez Vidal realiza una panorámica de la cocina, uno de los oficios de mayor crecimiento en la ciudad, el cual ocupa a una parte importante de los jóvenes que buscan trabajo en Medellín. La gastronomía está de moda y asociado a este hecho tenemos un crecimiento exponencial de restaurantes, eventos, oferta académica, programas de televisión, radio y publicaciones que tratan el tema.

La vocación económica contemporánea de ciudad turística internacional requiere batallones de jóvenes ayudantes de cocina, cocineros y restaurantes. El autor revisa y reflexiona sobre las condiciones estructurales bajo las cuales la ciudad responde al auge y los espacios que encuentran los jóvenes para insertarse en las mismas. Si bien existen algunos elementos y actores para ser resaltados, la perspectiva general no es la más alentadora: ofertas de formación en gastronomía que venden sueños que no se materializan, largas jornadas de trabajo con bajos sueldos, explotación de practicantes y un mercado inestable y altamente competido son las condiciones que deben enfrentar los jóvenes soñadores de la cuchara. Pasemos ahora a la reflexión teórica sobre el concepto que nos convoca.

El concepto de juventud

El concepto de lo joven es sumamente problemático y ambiguo porque no posee un referente único ni una manera clara de ser establecido; es una tensión entre lo corporal y lo social. Posee una clara asociación biológica relacionada con la edad, pero también es una construcción social –histórica relativa, es un constructo–. Aparece como uno de los grandes valores modernos en su versión corporal-estética asociada a la productividad, la fuerza, la velocidad, la resistencia, el deseo, la sensualidad, la sexualidad y, por otro lado, está sujeto a moratorias, resistencias y represión asociadas a una carencia e incompletitud, y a un menosprecio político y social.

Es bien sabido que la idea de lo juvenil, como la conocemos hoy, es una creación moderna: el desarrollo de un segmento del mercado que buscó convertirlos en un nicho inigualable para el consumismo. Como ejemplos encontramos que solo hasta 1941 aparece el término teenager en una revista de EE. UU.7 y cómo las ventas de discos se dispararon de 277 millones en 1955, a 2000 millones en 19738 . No obstante, esta idea mundialmente difundida de los jóvenes rebeldes –como James Dean o Marlon Brando– dentro de instituciones educativas y familias patriarcales, con poderosas relaciones gregarias con sus pares al punto de constituir ‘culturas juveniles’ que escuchan música rock y pop y la bailan disruptivamente, que comen hamburguesa o pizza y la acompañan con Coca-Cola, no es más que el estereotipo de joven del primer mundo que las películas, la televisión y la publicidad se han encargado de reproducir sin descanso durante seis décadas.

Después de la Segunda Guerra Mundial, y como consecuencia del periodo de crecimiento económico y del pacto social del Estado con sus ciudadanos en los países del Norte, la esperanza de vida aumentó y con ella se prolongó el periodo de la población económicamente activa, por lo que las nuevas generaciones que debían incorporarse al trabajo tuvieron que esperar más que sus predecesoras para este tránsito de vida. De esta manera, las instituciones educativas debieron extender sus ciclos para poder regular la incorporación de la población creciente y más longeva al mercado laboral9.

Muchos de los jóvenes que encontramos en Colombia y en Antioquia, que también están determinados por la cultura popular, distan profundamente de este estereotipo globalizado, lo que les genera profundas brechas con sus pares de EE. UU. o Europa, como bien lo señalan en su recorrido por las diversas juventudes con las que han trabajado a lo largo de su carrera Pinzón, Garay y Suárez en el libro Para cartografiar la diversidad de l@s jóvenes10. Adicionalmente, en un país con altos niveles de pobreza, inequidad, informalidad y desempleo la población joven será especialmente vulnerable a estas.

La juventud, como un dato biológico, no es más que una manipulación del mundo adulto, dirá Bourdieu. Pensar los jóvenes como “una unidad social, de un grupo constituido, que posee intereses comunes, y de referir estos intereses a una edad definida biológicamente, constituye en sí una manipulación evidente”11. Su punto central refiere a que la división del mundo entre jóvenes y adultos lo que evidencia es una disputa por el poder que será dada por intermedio de las categorías de edad, así los adultos buscarán enviar “a los jóvenes a la juventud” y los jóvenes buscarán enviar a los adultos hacia la vejez. Es aquí donde “aparecen los conflictos sobre los límites de edad [...] donde está en juego la transmisión del poder y de los privilegios entre las generaciones”12.

Es fundamental comprender lo dúctil de la categoría joven y su polisemia no solo en la diversidad geográfica, sino también temporal. No existe un tipo de joven o de juventud, existen múltiples sujetos con, igualmente, variadas identidades y subjetividades que pueden diferir ampliamente del estereotipo del joven rebelde, consumista y fatuo; para nuestro contexto, los jóvenes indígenas y afrodescendientes son un buen ejemplo de ello. No pueden pensarse únicamente desde la disidencia, la criminalidad o la rebeldía porque algunos jóvenes, como los de clase alta que trabajamos en este libro, comparten los valores conservadores, ni podemos imaginar un rango de edades para la misma, ya que este ha variado en el tiempo-espacio. Plantea Reguillo que lo juvenil no puede pensarse como “una categoría homogénea, no comparten los modos de inserción en la estructura social [...] sus esquemas de representación configuran campos de acción diferenciados y desiguales”13.

Así mismo, las ciencias sociales han abordado lo juvenil desde diferentes aristas. La idea de las diferencias entre las generaciones, entre los grupos etarios, será propia de la historia; la psicología construirá la idea de adolescencia a partir de la madurez biológica y sexual; entenderlo como un sujeto aprendiz que debe pasar por progresivas y evolutivas etapas de aprendizaje será la visión pedagógica; el joven contracultural, rebelde, innovador, estrechamente relacionado con los medios masivos de comunicación y el consumo será la visión sociológica-antropológica y de comunicación; la visión de la moratoria social, donde los jóvenes son dependientes económicamente y no asumen aún las responsabilidades del mundo adulto, el mundo laboral, es la visión sociológica; finalmente, está la visión del ciudadano en formación que no tiene aún la capacidad moral y ética, que no puede pensar ni actuar por sí mismo, sino que es influenciado por otros, propia de la filosofía, la ciencia política y la economía14.

En la medida en que concebimos a los jóvenes como sujetos activos, como individuos que reaccionan de manera crítica frente a las problemáticas y paradojas sociales es fundamental definir categorías de análisis que permitan unificar los abordajes frente a las miríadas de maneras de ser joven. Aquí suscribimos la propuesta de Muñoz, que para estudiar a los jóvenes desde la comunicación en la cultura propone tres escenarios: “–El cuerpo (centro de las afectaciones recíprocas) [...] –Las mediaciones (procesos y estructuras de interacción colectiva y de producción de significación social) [...] –La ciudad (territorio habitado –referente y contenido a la vez– donde se construyen las ciudadanías; es el ámbito de la dimensión política)”15.

En la visión de la juventud sociológica, de moratoria social, se les analiza viviendo un periodo donde se posterga la inclusión total a la sociedad, es decir, tener un trabajo, formar una familia con pareja e hijos, comprar bienes –casa y vehículo serán los arquetipos–, preferentemente, mediante deudas. Como los padres saben lo dura que es una vida de trabajo y que una vez formen familia y tengan hijos no tendrán más espacio para la diversión juvenil, les permiten una irresponsabilidad temporal, un momento de esparcimiento, despreocupación, fiesta, sensualidad, ‘de gozar de la vida’ antes de que caiga la pesada carga de la ciudadanía, el trabajo, la economía y la familia. Como lo plantea Richard Hoggart para los jóvenes hijos de obreros en la Inglaterra de mitad de siglo xx que viven sin remordimiento la vida de diversiones adolescentes, pero que tienen claro que esa no es su vida y que vendrán, inevitablemente, el matrimonio y el trabajo: “el periodo de libertad es como el vuelo de una mariposa, embriagador mientras dura, pero breve”16. Este periodo de moratoria implica que el joven no trabaje y que, por lo tanto, deba ser sostenido por su familia. En el caso de Colombia y Medellín, este es un lujo que una gran cantidad de familias no pueden darse, por lo que bajo esta visión los miembros de la clase popular no tendrían juventud y pasarían, como en el siglo xviii, sin mediaciones de la niñez a la adultez.

De manera paralela a esta idea de moratoria social, existe en el sentido común de la sociedad contemporánea, asociada a lo joven, la idea de las tribus juveniles o de tribus urbanas donde encontramos un ejercicio de exotización, de construcción de diferencia sobre los jóvenes, asociándolos a los grupos indígenas-étnicos. La categoría evidencia una incomprensión cultural entre dos grupos: los jóvenes y los adultos.

Desde esta categoría de tribu hemos tenido el más poderoso referente conceptual para acercarnos a movimientos como los emos, los gamers, los rastas, los “metaleros”, los darketos, los punketos, los hípsters y los otakus por señalar algunas de las más famosas manifestaciones contemporáneas. El concepto lo acuña el sociólogo francés Michel Maffesolí en su libro El tiempo de las tribus: El ocaso del individualismo en las sociedades posmodernas buscando comprender la condición de juventud posmoderna. Así, intenta iluminar la condición gregaria-ritual-premoderna como reacción de los jóvenes al consumismo e individualismo posmoderno. A la larga, muy probablemente esta idea de los jóvenes agrupados en tribus, hoy poderosamente difundida y creída, ha hecho más mal que bien.

Cuando pensamos a nuestros jóvenes como pertenecientes a una tribu les generamos distancia, imaginamos que esos valores que ellos ahora profesan son muy diferentes a los propios y, por tanto, prácticamente incomprensibles. Al rendirnos en la tarea del diálogo y la relación con el joven, al ubicarlo por fuera de nuestra sociedad y cultura, le estamos creando un estereotipo y un estigma y tendemos a responsabilizar de su novedoso comportamiento a oscuros agentes externos como las ‘modas internacionales’ o las ‘malas influencias externas’ que los ideologizan, los convierten a sus sectas y les ‘lavan la cabeza’. En cualquiera de los casos, el acto de tribalizarlos y exotizarlos será una rendición al ejercicio de diálogo y comprensión desde la propia sociedad-cultura. Imaginar al joven dentro de un gueto-tribu, como excluido del mundo adulto, independiente y autónomo de la sociedad, la cultura y las instituciones no es más que un ejercicio de distanciamiento, de objetivación17, de exotización. No debemos empujarlos más allá, sino traer nuestras intuiciones, comprensiones, explicaciones y teorizaciones más acá, a nuestra sociedad y cultura, dentro de nuestras instituciones, donde los jóvenes habitan y donde, en referencia a los adultos y a otros jóvenes, construyen su identidad.

Según el especialista en culturas juveniles Carles Feixa, estas son las experiencias expresadas colectivamente mediante la construcción de estilos de vida distintivos localizados en el tiempo libre o en espacios intersticiales de la vida institucional. Son ‘microsociedades juveniles’ con diferentes grados de autonomía respecto de las ‘instituciones adultas’, creando espacios y tiempos propios. Están íntimamente relacionadas con grandes procesos de cambio social en el terreno económico, educativo, laboral e ideológico. “Lo que marca la diferencia de la condición juvenil con otras condiciones sociales subalternas es que se trata de una condición transitoria: los jóvenes pasan a ser adultos pero nuevas cohortes jóvenes los reemplazan”18.

La concepción de la juventud = enfermedad es utilizada a menudo para menospreciar los discursos culturales de los jóvenes. El término ‘contracultura’ se refiere a situaciones en las que “algunos sectores juveniles expresan de manera explícita una voluntad impugnadora de la cultura hegemónica. Por ello es posible analizarlas como una metáfora de los procesos de transición cultural, la imagen condensada de una sociedad cambiante en términos de sus formas de vida, régimen político y valores básicos”19.

El capitalismo, la creación del nicho de mercado de lo joven y su desarrollo como uno de los más importantes en ventas relacionado con la moda, la ropa, los accesorios y las tecnologías crea una tensión sobre todas las personas hacia lo joven, entendido como lo hermoso, exitoso, fuerte, estéticamente agradable, novedoso y fresco. Es la imagen que la publicidad ha desarrollado hasta la saciedad, al punto de que en el seno de la misma se han proscrito los cuerpos viejos, arrugados, canosos, cansados. La gran mayoría de los productos se venden desde la figura de lo joven, la cual deviene en una dictadura. El cuerpo, para tener plena aceptación social, debe estar alejado de la vejez mediante dietas, ejercicio y cirugías; debe ser cuidado, potenciado, esculpido, transformado; “la decrepitud ‘física’ se ha convertido en una infancia”20 y la perspectiva de alejarse del ideal joven, en una idea intolerable. Se establece así una lucha contra el tiempo, es necesario reciclarse para mantenerse joven, bello, esbelto y dinámico.

Plantea Pedraza que vivimos hoy en una sociedad hedonista donde las “conmociones estésicas que ocasiona la belleza, su sensorialidad y la posibilidad de recrearla”21 se convierten en el valor de cambio, por excelencia, de la modernidad: el cuerpo bello, delgado, joven, tonificado, fuerte, sano, limpio, vital. Como los jóvenes y las mujeres encarnan este ideal, son sujetos de una doble operación de deseo-represión, estereotipándolos de frívolos, indiferentes, escépticos, consumistas, inconstantes, acríticos, inadaptados. Así, la juventud combate el mundo adulto desde las prácticas con preponderancia corporal: bailes desenfrenados, grandes fiestas y desvelos; sexualidades libres, fuertes fricciones corporales, violencia, tatuajes, ropa, accesorios y peinados que son espacios perfectos para el establecimiento de distinciones de edad, de clase, de gusto22

En la medida en que existe esta visión corporal-hedonista de la juventud aparece como un valor fundamental lo joven como un signo, el imperio de lo juvenil, y se marca una tensión hacia la juvenilización23 como un trabajo, algo que se construye en el cuerpo a partir de bienes que se compran en el creciente y poderoso nicho de mercado de lo juvenil. De esta manera, para ser joven se deben portar los artículos que denotan juventud, presentar un cuerpo, una actitud, un estilo juvenil que, necesariamente, debe estar a la moda. Así, lo juvenil –estilo– y lo joven –biológico– estarán disociados. Los adultos, en general, buscarán una apariencia juvenil y, en el caso contrario, se puede ser joven y no lucir juvenil como bien lo ejemplifican las fotografías de la primera mitad del siglo donde los jóvenes buscaban lucir lo más adultos posible y alejarse así de la condición de niñez.

El mundo de vida cotidiana

El concepto de ‘mundo de vida’, operacional en este libro, es tomado de la fenomenología, en particular, de Schütz24 y de Berger y Luckman25. La fenomenología establece el mundo de vida cotidiana como el escenario en el que actuamos nuestras realidades y, por lo tanto, no puede ser constantemente cuestionado ya que la duda sistemática nos conduciría a la inacción y, de esta manera, es integrado al sentido común con el que navegamos socialmente en el día a día. Dentro de escenarios de creciente complejidad social, los sujetos constantemente deben tomar decisiones, deben discriminar dentro del abanico de posibilidades. De esta manera, la identidad del sujeto solo será posible a partir de una serie de elecciones personales que nos llevan a reducir la alta complejidad de nuestros mundos de vida, de nuestra cotidianidad.

Los autores mencionados establecen que dentro de una creciente complejidad social que obliga a los sujetos a responder mediante selecciones significativas tomadas de la multiplicidad de roles y funciones posibles a ellos, la identidad se convierte en imperiosa y angustiante. Al interior de los nuevos escenarios de socialización se presentan aspectos efímeros, de recomposición constante, estructurados a partir de amarres que permiten la adscripción a múltiples comunidades emocionales, inestables y abiertas donde nos vinculamos en relaciones sociales por intermedio de las convocatorias puntuales, la fluidez y la dispersión. De esta manera, las condiciones contemporáneas de alta complejidad social nos alejan de las identidades homogéneas y a largo plazo, y nos tensionan hacia el predominio de relaciones sociales basadas en comunidades afectivas, con una lógica y estructura simbólica que se cohesionan a partir de la homología en los gustos individuales, en un efecto de salón de espejos26.

El mundo de vida cotidiana es para la fenomenología el “ámbito de realidad que el adulto alerta y normal simplemente presupone en la actitud de sentido común. Designamos por esta presuposición todo lo que experimentamos como incuestionable; para nosotros, todo estado de cosas que es aproblemático hasta nuevo aviso”27.

Cualquier mundo concreto de la vida social está constituido por los significados de quienes lo ‘habitan’, es decir, por sus definiciones de realidad. Las definiciones compartidas configuran el universo simbólico social formado por un corpus de tradiciones que aglomeran un gran número de definiciones de la realidad y presentan el orden institucional del individuo como una totalidad simbólica. De esta manera, la identidad y la biografía individual adquieren significados únicamente en el universo simbólico. “La identidad se conforma de esta manera en la interrelación entre el mundo social, la subjetividad, y el universo simbólico”28. Es una dinámica entre la identidad objetiva y el significado subjetivo que se le atribuye. De esta forma, para que la identidad subjetiva adquiera realidad debe estar en relación con estructuras sociales, con una base social para su mantenimiento, es decir, con el mundo de vida cotidiano29.

Así, en Schütz la estructura del mundo social se establece alrededor de mí. Será en esta referencia que las relaciones con otros se conviertan en un nosotros, donde yo soy el centro. Establecido este grupo al que pertenezco aparecen, en contraste, unos otros, como vosotros, y en referencia a estos vosotros, que al mismo tiempo se refieren a mí, surgen unos terceros más lejanos como ellos. Estas relaciones intersubjetivas representan o constituyen los elementos básicos con los que se fundamenta la existencia, la validez del mundo de la vida cotidiana. Es aquí donde la interpretación del sentido y la comprensión del actuar de los otros constituyen los principios fundamentales de la actitud natural, del comportamiento esperado-establecido en lo que respecta a mis semejantes, dentro del mundo de la vida cotidiana30 .

Bibliografía

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Notas al pie

  1. El libro refiere en su título a la ciudad de Medellín, no obstante, en algunos de los capítulos este recorte espacial se amplía al Área Metropolitana del Valle de Aburrá (AMVA). Esta decisión metodológica tiene sustento en que la vivencia de los jóvenes de la ciudad no está circunscrita a Medellín y a que el grueso de los municipios pertenecientes al AMVA se encuentran conurbados, y el resto, en proceso de serlo. De esta manera, para los habitantes del Valle de Aburrá su vivencia se realiza desde una sola unidad funcional, mientras que para el visitante será casi imposible, sin ayuda nativa, distinguir unos municipios de otros.
  2. El proyecto de investigación, con el mismo nombre de este libro, fue escrito en el 2016 y presentado a la Universidad de Antioquia como la actividad a realizar, por parte del editor académico de esta obra, durante el año sabático que tomó en 2017. Desde finales de 2016 se convocó a un grupo de investigadores que tenían intereses y trabajos anteriores sobre lo juvenil. Se socializó el proyecto, se asignaron temáticas y se discutieron posibles metodologías y aproximaciones teóricas. En el 2017 se realizó la mayoría de las investigaciones acá presentadas y la escritura de las mismas, aunque algunos capítulos tienen trabajos de campo anteriores dada la experiencia e interés de los investigadores. Durante ese año, el equipo de investigación sostuvo múltiples reuniones donde socializamos los avances de los capítulos y las dificultades experimentadas en campo, y se discutieron las aproximaciones metodológicas y los más prometedores abordajes teóricos, de manera que el equipo se retroalimentara y tuviera un apoyo conjunto. Finalmente, los resultados presentados en el libro son diversos, como diversas las temáticas y las estrategias de abordaje necesarias para develarlas. Pretender una unidad metodológica y teórica para la totalidad de los problemas abordados es desconocer la complejidad de los mundos de vida y del propio concepto de juventud
  3. Las referencias a estos datos y una profundización sobre el tema se encuentran en el capítulo 4, Jóvenes de clase alta de Medellín. Espacialidad, distinción, consumos, interacción y discriminación.
  4. Óscar Dávila León, “Adolescencia y juventud de las nociones a los abordajes”, Última década, no. 021 (2004): 90.
  5. De igual manera, sirve la lectura de las preguntas de las encuestas juveniles nacionales de 1991 y 2000.
  6. José Serrano, Ana Arango, Fernando Quintero y Leonardo Bejarano, “Una experiencia de conocimiento situado: La línea de Jóvenes y Culturas Juveniles del diuc”, Revista Nómadas, no. 30 (2009).
  7. Germán Muñoz González, “La relación de los jóvenes y las jóvenes con la cultura y el poder”, en Jóvenes culturas y poderes, ed. Germán Muñoz González (Bogotá: Siglo del Hombre Editores, 2011), 44.
  8. Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX (Barcelona: Crítica-Grijalbo Mondadori, 1999), 330.
  9. Reguillo, Emergencia de culturas, 23-4
  10. Carlos Pinzón, Gloria Garay y Rosa Suarez, eds., Para cartografiar la diversidad de l@s jóvenes (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2008).
  11. Pierre Bourdieu, Sociología y cultura (México D. F.: Grijalbo-CNCA, 1990), 165.
  12. Ibid., 173.
  13. Reguillo, Emergencia de culturas, 30
  14. Juan Manuel Castellanos, “La condición juvenil: Opciones metodológicas para la construcción de un objeto de conocimiento”, en Jóvenes, culturas y poderes, ed. Germán Muñoz González (Bogotá: Siglo del Hombre Editores, 2011), 167.
  15. Muñoz González, La relación de los jóvenes, 48.
  16. Richard Hoggart, La cultura obrera en la sociedad de masas (México D.F.: Editorial Grijalbo, 1990), 61.
  17. Bernard Lahire, “Infancia y adolescencia: De los tiempos de socialización sometidos a constricciones múltiples”, Revista de Antropología Social, no. 16 (2007): 21-38.
  18. Carles Feixa, El reloj de arena: Culturas juveniles en México. Volumen 4 de Colección jóvenes (México D. F.: SEP/Causa joven, 1998), 60.
  19. Ibid, 61-3.
  20. Gilles Lipovetsky, La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo (Barcelona: Editorial Anagrama, 2007), 61-2.
  21. Zandra Pedraza, “Las hiperestesias: Principio del cuerpo moderno y fundamento de diferenciación social”, en Cuerpo, diferencias y desigualdades, comp. Mara Viveros Vigoya y Gloria Garay Ariza (Bogotá: Centro de Estudios Sociales de la Universidad Nacional de Colombia, 1999), 42-53.
  22. Ibid., 51.
  23. Mario Margulis y Marcelo Urresti, “La construcción social de la juventud”, en Viviendo a toda. Jóvenes, territorios culturales y nuevas sensibilidades, eds. María Laverde, Humberto Cubides y Carlos Valderrama (Bogotá: Siglo del Hombre Editores, 2008), 4.
  24. Alfred Schütz, El problema de la realidad social (Buenos Aires: Amorrortu, 1974).
  25. Peter Berger y Thomas Luckmann, La construcción social de la realidad (Buenos Aires: Amorrortu, 1968).
  26. Berger y Luckmann, La construcción social, 105
  27. Alfred Schütz y Thomas Luckmann, Las estructuras del mundo de la vida (Buenos Aires: Amorrortu, 1977), 25.
  28. Berger y Luckmann, La construcción social, 106.
  29. Ibid., 106
  30. Schütz, El problema, 36, 45.