Una presentación pertinente
Los textos aquí reunidos fueron escritos entre finales de los años 80 y los comienzos del nuevo milenio. Obedecieron a diferentes propósitos, se enmarcaron en coyunturas distintas y son muy diversos en sus tonalidades, en los lenguajes políticos que los expresan, en las imágenes que evocan, en los sueños que abrigan y en los fantasmas y miedos que los rondan. Empero, comparten más cosas de las que imaginé cuando los amigos de la Corporación Región me propusieron reunirlos para su publicación como libro. Además, pienso que, a su manera, esta colección de artículos devela un itinerario intelectual que, sin obedecer a un plan previamente establecido, fue hilvanando los temas referidos a un asunto central: la pregunta por el proceso de construcción del Estado nacional en Colombia.
Itinerario tortuoso, incierto, de búsquedas múltiples, con frecuentes cambios de rumbo y amplias diferencias en las maneras de pensar, ver, relatar e interpretar la política y también la vida histórica en un país como Colombia, donde siempre constituye un desafío para el quehacer de las disciplinas sociales; no obstante, ya casi al final de mi jornada descubro que siempre estuve en pos de los mismos temas, aunque me aproximé a ellos por caminos muy diversos y a veces por los más largos y tediosos.
Estos textos fragmentarios, dispersos en varias publicaciones periódicas y libros colectivos, no fueron el fruto de un trabajo intelectual sereno, pausado, elaborado de acuerdo con un plan previamente establecido y que se desenvuelve sin zozobras ni sobresaltos bajo la sombra protectora de una institución académica respetada por todos, como puede ser la atmósfera en la que escriben y publican los colegas de otros países; por el contrario, estos artículos –sin excepción– fueron elaborados en un ambiente de altísima turbulencia social, de agudización del conflicto armado, de deterioro de la vida urbana y académica, de la irrupción de formas delincuenciales y prácticas terroristas desconocidas hasta entonces y de cuyas manifestaciones no estuvo exenta la Universidad de Antioquia.
A su vez, los textos aquí sumados significan respuestas parciales e inacabadas a las demandas intelectuales de estos tiempos oscuros, pero ante todo constituyen maneras de afrontar los retos políticos y vitales ante la pérdida paulatina de confianza en la capacidad explicativa de lo que hasta entonces teníamos como patrimonio teórico y analítico para interpretar la realidad del entorno. Por estas razones, ese trabajo de artesanía intelectual que me proponía hacer desde la docencia y la investigación, lento, acumulativo, preciosista y sistemático se veía interrumpido y cruzado abruptamente por los avatares del conflicto, por las tragedias nacionales, por las muertes de los amigos y los colegas, por la sangre derramada en la ciudad y por el dolor de un país asolado por la guerra.
Frente a estas situaciones tan agobiantes, las preguntas se multiplicaban y se hacía perentorio abandonar los recintos protectores de la academia y los temas intelectuales de mi predilección para incursionar, insegura, en un espacio público que se tornaba cada vez más opaco con alguna interpretación inteligible y coherente sobre la violencia y los conflictos. A ese sentimiento de obligación ciudadana se sumaban las demandas de instituciones gubernamentales y sociales, que ante la pérdida de referentes para la acción política y la gestión pública se volcaban como último recurso sobre la universidad y sus académicos, para demandar de nosotros explicaciones y mínimas pautas para buscarle alternativas de salida a los grandes problemas del momento.
De allí que los artículos reunidos que hacen este libro sean en buena parte el resultado de ese contrapunto desigual entre el quehacer intelectual en el campo de la ciencia política y los retos de interpretación de realidades contrastantes, móviles y elusivas de las que se hacía necesario hablar y escribir en público, así resultase aventurado pronunciarse sobre asuntos coyunturales sujetos a cambios y transformaciones permanentes, y también riesgoso por el develamiento de realidades dramáticas que casi todos preferían ignorar.
Por estas razones, los textos que componen este libro son, a su manera, un testimonio de los tiempos vividos; fueron escritos con dificultad, con dolor y miedo. Existen además entre ellos no solo diferencias de matiz, sino también repeticiones y contradicciones, algunas debidas a mis propias limitaciones o a los cambios en los enfoques y las perspectivas teóricas y metodológicas, pero otras son el resultado de los giros inesperados y los cambios sucesivos ocurridos en casi dos décadas de violencia y conflicto, cambios y situaciones novedosas e inéditas que dejaban sin piso interpretaciones anteriores que gozaban de algún consenso académico, haciendo necesario, como en el mito de Sísifo, recomenzar la tarea de ascender a la montaña con un pesado fardo sobre la espalda.
Estos textos están cargados de huellas, marcas, voces, memorias e historias; constatarlo me indujo a tomar la decisión de no hacerles mayores modificaciones y dejarlos como fueron publicados en su momento, pues al fin de cuentas este libro, más que un manual de ciencia política, es un ejercicio de memoria colectiva.
Sin embargo, las discontinuidades y las fragmentaciones aparecen misteriosamente unidas por un hilo grueso, en torno al cual se anudaron las búsquedas y las preocupaciones analíticas expresadas en los diferentes artículos, hilo que le otorga alguna organicidad y complementariedad a los temas tratados, haciéndolos ver como caras de un mismo poliedro y ofreciéndoles un sentido a las diversas aproximaciones analíticas que se formulan aquí.El eje en torno al cual se van tejiendo las diferentes temáticas tratadas no está referido –como lo parecería a primera vista– a los asuntos de las violencias entrecruzadas en el país, existe una intencionalidad más clara y de mayor permanencia y es la que tiene que ver con los problemas históricos concernientes a la formación del Estado nacional o Estado moderno en Colombia, pues a lo largo de estos años, y sin que existiera plena conciencia de ello, fueron emergiendo, una tras otra, las tres figuras que le sirven de soporte a la modernidad: la nación, el ciudadano y el soberano, figuras en torno a las cuales se desenvuelve el espacio de la política, es decir, el de la acción y del discurso. Por esta razón, cada una de estas figuras conforman las tres partes en las que está divido este libro
Sin embargo, para que estas tres figuras desafiantes de la modernidad pudiesen hacerse visibles ante mis ojos y convertirse en objetos de indagación académica y preocupación política fue necesario asumir el reto que significaba abordar temas como las violencias y la guerra, y, en ese empeño, ir descubriendo la significación de otras posturas teóricas y metodológicas que parecían más adecuadas para dar cuenta de realidades tan complejas y desbordantes. Esto quiere decir que las preguntas por las figuras de la política moderna vinieron de la mano de la guerra y la violencia, y significaron un giro teórico y una ardua búsqueda intelectual.
En este giro analítico, en este cambio de perspectiva y de punto de mirada sobre los entornos nacionales, fue de trascendental importancia la lectura de Antonio Gramsci. En el horizonte abierto por este autor redescubrí la política como acción intelectual de colectividades específicas con intereses propios y contradictorios, con pretensiones hegemónicas que van más allá de la dominación y la fuerza, y cuyas manifestaciones pueden rastrearse en las diversas esferas de la vida en común; en el campo económico, claro está, pero también en el de la lucha propiamente política, en los dominios de la moral y de la ética, y en el vasto campo de la cultura, entendida como construcción colectiva de larga duración, cruzada por tensiones, a veces contradictoria y siempre cambiante, mediante la cual se iban perfilando y redefiniendo las condiciones específicas del ser y el deber ser de las naciones y las sociedades.
Este giro gramsciano permitió un desplazamiento paulatino, imperceptible a veces pero permanente, de los enfoques estructurales hacia las dimensiones subjetivas que ponían su acento en los actores sociales, en sus prácticas y sus discursos; significó un tránsito de las metodologías cuantitativas a las cualitativas; el encuentro con la historia mediante la idea, cada vez más confirmada, de que si se la sabía interrogar podría brindar muchas de las claves para orientarse en la indagación sobre el presente e indujo las búsquedas en la cultura, esa dimensión esquiva, huidiza, hecha de apariencias y representaciones, de imaginarios y máscaras que muestran y ocultan al mismo tiempo, en un juego de espejos, a veces fascinante, pero del cual nunca se logran las certezas de los mundos empíricos y de las demostraciones matemáticas.
Pero quizá lo más importante de este cambio de rumbo en el itinerario intelectual abierto por Gramsci fue el librarme de la dogmática, de las fórmulas sacramentales, de las palabras sagradas y de esos rituales propios de la academia que a veces se convierten en verdaderos frenos al pensamiento. En ese clima de saludable incertidumbre, abierto a muchas búsquedas y sin temas o campos vedados, fui reencontrándome con los clásicos de la sociología (Weber, Durkheim y Simmel), con la filosofía política (Bobbio y Arendt), con Maquiavelo y Hobbes, con los teóricos de la historia (Dubby y Tilly), y, metida de lleno en la tarea artesanal de investigar, fueron delineándose en el horizonte las tres figuras de la modernidad cuyo conjunto constituye el tema de este libro.
La primera figura que convocó mi interés fue la nación cuando comprendí que la mera existencia del Estado no era suficiente para darle vida y que ella se iba formando por voluntad de los actores sociales, en un contrapunto bastante desigual con las regiones y las localidades y en un contexto de mixturas culturales, determinaciones económicas y proyectos políticos que era preciso conocer al menos en sus grandes líneas.
El referente de lo nacional, visto a veces desde lo regional –Antioquia principalmente– y otras desde perspectivas más generales, donde categorías como las de legitimidad y violencia eran los hilos conductores del análisis, implicó abordar temáticas tales como las de territorio, clases y partidos, orden social, exclusión-inclusión, proyectos políticos y ético-culturales, entre otros. Algunos de los artículos que se ocupan de estos asuntos están recogidos bajo el título “Nación, territorios y conflictos”. En ellos se perciben las huellas de Gramsci y de Weber, así como una idea muy imprecisa todavía sobre la significación de las violencias y los conflictos en la configuración de espacios territoriales diferenciados y sus fronteras.
Las indagaciones en torno a la nación y las regiones fueron conduciendo de manera paulatina al encuentro con el ciudadano, o, en otras palabras, lo convocaron, lo conjuraron, para que se hiciese presente como figura relevante en el escenario de la política; no obstante, su llegada obedeció también a los climas culturales que dominaban el país para la época y, por qué no decirlo, a una suerte de cansancio y agotamiento personal con los temas de la violencia y la muerte.
El debate y la agitación política convocada por la citación a la Asamblea Nacional Constituyente de 1991, los procesos de paz llevados a cabo con algunas organizaciones guerrilleras y con grupos de milicias en la ciudad de Medellín, los pactos sociales (las esperanzas puestas en los procesos de participación política y esa desazón por el incremento en la violación de los derechos humanos), contribuyeron a situar la democracia y sus derechos en el centro articulador del debate intelectual y político en Colombia. Preocupaciones similares pero inducidas por otras razones se vivían en el subcontinente y en algunos países europeos, de allí que temas como los de la representación política, la ética pública, el ciudadano, sus derechos y sus virtudes, la sociedad civil y los movimientos sociales se pusiesen a la orden del día.
Estas categorías y otras afines se recogen en la segunda parte de este libro, que tiene por título “El ciudadano y la política”; sin embargo, cuando se abordan estos temas, a veces queda un mal sabor, pues se constata claramente que en términos de democracia Colombia y América Latina terminan definiéndose por lo que no son, por lo que les hace falta para llegar a ser, por sus carencias y sus faltantes, movimiento que al mismo tiempo oculta las realidades históricas sobre el tipo específico de democracia, de ciudadanía y de derechos que se han configurado a lo largo de la historia, pues desde allí, desde esas instituciones realmente existentes, alejadas de los modelos clásicos y quizá poco éticas, sin estética y sin fuerza institucional suficiente para sostener un orden político consensualmente aceptado, se desarrolla la acción pública y se desenvuelven las prácticas sociopolíticas, armadas y desarmadas.
Los artículos recogidos en esta sección del libro develan ese malestar y tratan de indagar por el ser de la política desde la historia y la cultura, y, aunque la preocupación por el ciudadano significaba en mi caso una huida de los temas de la guerra y la violencia, ellas siguieron rondando los textos como una experiencia ineludible de la cual todo pareciese derivar.
Los temas de la democracia y la ciudadanía convocaron otros, como los de la dicotomía público-privado, los asuntos referidos a la gobernabilidad, los nuevos patrones de politización y, sobre todo, la significación de la aparición en la escena pública de nuevos ciudadanos, portadores de demandas sociales y culturales diferenciadas, anudadas en torno a la lucha por el reconocimiento y por el resarcimiento de sus múltiples heridas morales. En estos textos se percibe claramente la huella de Anna Arendt, de Francisco Colom González, y de todo el debate sobre liberalismo y multiculturalismo desarrollado en los últimos años.
El ciudadano y la nación convocaban teórica y metodológicamente la reflexión sobre el soberano; sin soberanía el ciudadano no puede exigir derechos ni participar activamente en los asuntos públicos y la nación termina por convertirse en una ficción, en una forma agónica y vacía que ya no representa a las comunidades nacionales, ni al corpus político de los ciudadanos.
No obstante, la reflexión sobre la soberanía que se incluye en la última parte de este texto no llegó, como pudiera pensarse, por la senda de la política, ni se derivó de los análisis sobre la nación. El soberano, como figura central de la modernidad, se hizo visible por su declive, por su colapso parcial, como resultado de la intensificación del conflicto armado en el país. Esto quiere decir que vino de la mano de la guerra, configurándose de esta manera un nuevo giro en el itinerario intelectual que, paradójicamente y por caminos indirectos, me condujo de nuevo al punto de partida, a la nación, pero vista en otro registro, como la guerra por la construcción nacional y ciudadana, entendida esta como un estado o una situación de hostilidad que, mantenida en arcos prolongados de tiempo, no solo logra poner en vilo al soberano representado en el Estado, sino que va configurando órdenes políticos de hecho con pretensión de dominio territorial y legitimidad social.
“Los tiempos de la guerra: gobernabilidad, negociación y soberanía” es el título que lleva la tercera parte de este libro. En los artículos aquí reunidos se intenta dar cuenta de la intensificación y la generalización del conflicto armado durante el último quinquenio del siglo XX con los giros lingüísticos pertinentes. Ya no se habla de violencias sino de guerra. La crisis política se volvió un concepto tan manido que fue necesario abordarlo desde el declive del orden institucional, y los temas de la legitimidad y la hegemonía no lograban describir o explicar situaciones donde lo que estaba en riesgo era la esencia misma del Estado, su razón de ser, sus atributos sustanciales (poder último, total, indivisible y exclusivo), lo que hacía necesario preguntarse por el tema de las soberanías.
Sin embargo, este acápite no se ocupa solamente de la guerra como acción; de las batallas y las confrontaciones bélicas; de la sangre derramada y la destrucción que la acompaña; de las muertes y de los éxodos, se ocupa también de la negociación; de los tratos y de los acuerdos transitorios y restringidos; de los pactos sociales en los contextos urbanos; de la diplomacia pública que desde hace casi quince años se viene realizando entre Gobierno y actores armados, y de esa infinidad de transacciones, semipúblicas-semiprivadas, a través de las cuales grupos muy diversos de la sociedad tratan de encontrar algún acomodo en un entorno turbulento que pareciera carecer de referentes institucionales para la acción. “El orden dentro del desorden”, “la negociación de la desobediencia” y todas esas estrategias imaginativas que, si bien tienen un claro sentido de resistencia y supervivencia social, están creando y recreando las formas de hacer política, de vivir la ciudadanía y de construir la nación.
La pregunta por la soberanía, puesta en vilo por la guerra pero también por la negociación de la desobediencia, y la constatación histórica de la hostilidad y el animus belli como ejes de pervivencia histórica en el país, me condujeron de nuevo a Hobbes, a Carl Schmitt, a Carl von Clausewitz y a los polemólogos, pues, aunque parezca paradójico, desde la gramática de la guerra y del significado de la hostilidad y del miedo puede hacerse, para el caso colombiano, una lectura más acertada de la política. A su vez, fue el acercamiento a la soberanía, este concepto agónico y para muchos absolutamente irrelevante en tiempos de globalización y neoliberalismo, el que me permitió encontrar ese hilo misterioso y oculto que había venido anudando los fragmentos de una producción dispersa y ampliamente diferenciada, develando al mismo tiempo los caminos tortuosos y difíciles de mi itinerario intelectual.
No obstante, el descubrimiento de ese itinerario intelectual solo se hizo posible cuando alguien preguntó por él. Es lo que ocurre con “las historias de vida”, tan socorridas en los enfoques de las metodologías cualitativas y la vida, intelectual o no, que solo se convierten en historia, en itinerario, en trayectoria, cuando otro interroga por su transcurrir, por los eventos importantes que la definieron, por el significado de sucesos aparentemente aislados y sin conexión entre sí. Es decir, cuando el interrogado se ve en la necesidad de tejer un argumento, una trama que le otorgue sentido y dirección a su quehacer.
De allí mi agradecimiento con los amigos de la Corporación Región, no solo por el honor que me hacen incluyendo este libro en sus colecciones, sino porque preguntaron por la razón de ser, el sentido y la organización que debería tener este texto, obligándome a interrogarme sobre cosas que una no se pregunta habitualmente, de las que no tenía plena conciencia y que fui descubriendo en la medida en que releía los artículos y pensaba en los momentos en los que fueron escritos, en los propósitos que los guiaron, en la manera en que fueron abordados y en las preocupaciones que los guiaron.
Pero las “historias de vida”, así revelen la trayectoria de una persona, poseen un amplio contenido social y cultural; pueden ser al mismo tiempo la historia de una generación, o de un grupo humano en un momento determinado de la vida de un país o de una región, y, si bien es mía toda la responsabilidad sobre lo que está escrito aquí, estos artículos recogen el eco polifónico de muchas voces que desde diversos lugares contribuyeron al desentrañamiento de los asuntos aquí tratados.
Aquí están presentes las voces de mis colegas del Instituto de Estudios Regionales (iner) y del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia, destinatarios iniciales de mis textos, y que contribuyeron con sus apuntes y críticas a un mejor desarrollo de los temas tratados; las de la comunidad académica nacional e internacional, de quienes recibí aportes muy significativos y enseñanzas muy valiosas; las de mis estudiantes, que me interpelaron en los cursos y en los debates públicos; las de los amigos de las ong, que me mostraron todos los matices y las aristas de esa realidad que no se ve desde la academia, contribuyendo de esta manera a la percepción de la complejidad y la riqueza de la sociedad colombiana y la de muchos actores sociales, urbanos y rurales, gentes del común interrogadas por mí en los trabajos de campo, que me fueron contando, a veces en susurros y otras de manera altisonante e incluso desafiante, las otras historias de esa Colombia desconocida y oculta que no transita por los espacios públicos ni por los foros de especialistas. A todos ellos muchas gracias, porque hicieron posible este trabajo de muchos años.
María Teresa Uribe de H. Marzo, 2001